[5]
Arthur Miller
Todos eran mis hijos
CHRIS.
—
Bueno, sólo la sección bibliográfica. (
Se agacha y toma del piso del pórtico una parte del periódico.
)KELLER.
—
Siempre estás leyendo la sección de los libros y nunca te veo comprar libro alguno.CHRIS (
yendo a sentarse en la banqueta
).
—
Me gusta estar al tanto de mi ignorancia. (
Se sienta en la banqueta.
)KELLER.
—
¿Pues? ¿Todas las semanas publican algún libro nuevo?CHRIS.
—
Muchos libros nuevos.KELLER.
—
¿Todos diferentes?CHRIS.
—
Todos diferentes.KELLER (
menea la cabeza, deja el cuchillo en el banco y pone la piedra de afilar en el armario
).
—
Pss... ¿No se halevantado Annie todavía?CHRIS.
—
Mamá le está sirviendo el desayuno en el comedor.KELLER (
cruza por delante del escabel y mira el árbol caído
).
—
¿Has visto lo que le ha sucedido al árbol?CHRIS (
sin levantar la vista
).
—
Sí.KELLER.
—
¿Qué nos dirá tu madre? (BERT
sale corriendo del camino. Tiene ocho años. Salta al escabel y de aquí a laespalda de
KELLER.)BERT.
—
¡Por fin, le agarré!KELLER (
volviéndose y haciendo bajar al niño
).
—
¡Ah! ¡Ya tenemos aquí a Bert! ¿Dónde está Tommy? Ya se haapoderado otra vez del termómetro de su padre.BERT.
—
Está tomando una temperatura.CHRIS.
—
¿Qué?BERT.
—
Pero solamente bucal.KELLER.
—
¡Ah, bien, menos mal! ¿Qué hay de nuevo esta mañana, Bert?BERT.
—
Nada. (
Se acerca al árbol caído y se desplaza a su alrededor.
)KELLER.
—
Entonces, ni vigilas como debes la manzana. Antes, cuando te hice policía, venías todas las mañanas conalguna noticia. Ahora, nunca sabes nada.BERT.
—
La única novedad es la de unos chicos de la Treinta. Comenzaron a dar patadas a una lata y yo les hice marcharseporque usted estaba durmiendo.KELLER.
—
Eso es hablar con fundamento, Bert. Eso está muy bien. En cuanto tenga ocasión, te haré inspector.BERT (
le tira de la solapa hacia abajo y le murmura al oído
).
—
¿No podría ahora ver la cárcel?KELLER.
—
No está permitido ver la cárcel. Ya lo sabes.BERT.
—
¡Bah! Apostaría qué no hay cárcel siquiera. No he visto ningún barrote en las ventanas del sótano.KELLER.
—
Bert, te doy mi palabra de honor de que hay una cárcel en el sótano. ¿No te he enseñado acaso mi escopeta?BERT.
—
Es una escopeta de caza.KELLER.
—
Es una escopeta de reglamento.BERT.
—
¿Por qué entonces no detiene usted a nadie? Tommy dijo el otro día una palabra fea en casa de Doris y usted nisiquiera le riñó.KELLER (
hace un chasquido de lengua y guiña un ojo a
CHRIS
, quien está disfrutando de la escena
).
—
Sí, es unindividuo muy peligroso ese Tommy. (
Hace una seña a
BERT
para que se acerque más.
) ¿Qué palabra fea dijo?BERT (
retrocediendo rápidamente, muy turbado
).
—
¡Oh, no puedo decirla!KELLER (
le agarra por la camisa y le atrae
).
—
Bien, dame una idea.BERT.
—
No puedo. Es una palabra fea.KELLER.
—
Murmúrala a mi oído. Cerraré los ojos. Tal vez ni la oiga siquiera.BERT (
de puntillas, acerca los labios al oído de
KELLER
; luego, corno si no pudiera vencer su turbación, retrocede
).
—
No puedo, señor Keller.CHRIS (
riéndose
).
—
No le hagas eso, papá.KELLER.
—
Muy bien, Bert. Creo lo que me dices. Ahora, vete y estate con los ojos muy abiertos.BERT (
interesado
).
—
¿Para qué?KELLER.
—
¿Para qué? ¡Bert, toda la vecindad confía en ti! Un policía no hace preguntas. ¡Ten muy abiertos los ojos!BERT (
desconcertado, pero muy dispuesto
).
—
¡Muy bien! (
Sale corriendo por la derecha, por detrás del árbol.
)KELLER (
llamándole
).
—
Y chitón es la consigna, Bert.BERT (
se detiene y asoma la cabeza entre las ramas
).
—
¿Para qué?KELLER.
—
En general, en general... Ten mucho cui-da-do.BERT (
asintiendo con desconcierto
).
—
Muy bien. (
Sale por la derecha.
)KELLER (
riéndose
).
—
Vuelvo locos a todos los chiquillos.CHRIS.
—
Cualquier día de éstos, se van a presentar todos aquí y te van poner en un aprieto.KELLER.
—
¿Qué va a decir tu madre? ¿No crees que deberíamos prevenirla?CHRIS.
—
Ya lo ha visto.KELLER.
—
¿Cómo ha podido verlo? Yo he sido el primero en levantarme. Ella estaba todavía acostada.CHRIS.
—
Estaba aquí fuera cuando el árbol se cayó.KELLER.
—
¿Cuándo?