[2]
Arthur Miller
Todos eran mis hijos
 
PRIMER ACTO
 El patio zaguero de la casa de los KELLER en las afueras de una ciudad norteamericana. Agosto de nuestra época. El escenario está bordeado a derecha e izquierda por altos álamos, plantados con reducidos intervalos, de modoque procuran un ambiente protegido y retirado. Al fondo, la parte zaguera de la casa, con su pórtico abierto y sin tejadoque avanza unos dos metros en el patio. La casa es de dos pisos y tiene siete habitaciones. Costó tal vez unos quince mildólares a comienzos de la década del veinte, fecha de su construcción. Ahora, está bien pintada g parece pulcra y cómoda;el patio luce el verdor del césped y tiene algunas plantas cuya estación ha pasado ya. A la derecha, junto a la casa, cabe per el término del camino de coches, pero los álamos impiden divisar la continuación del mismo, escenario adelante. En elángulo de la izquierda, al fondo, hay un tocón de algo más de un metro de altura, correspondiente a un esbelto manzanocuyo tronco superior y cuyas ramas se hallan caídos al lado, todavía con los frutos. Al fondo, a la derecha, hay una especie de emparrado decorativo con la forma de una concha, con un bulbo deadorno que cuelga de su techo, curvado hacia adelante. Se ven esparcidas varias sillas de jardín y una mesa. En el terrenoinmediato a los peldaños del pórtico, se ven una caja para las basuras y un incinerador de hojas. Al levantarse el telón es primera hora de la mañana del domingo.
JOE KELLER
está sentado al sol, leyendo losanuncios de colocaciones ofrecidas y solicitadas del periódico dominical. Las otras secciones del periódico se hallan juntoa él, en el suelo. A su espalda, dentro del emparrado, el
DR. JIM BAYLISS
está leyendo parte del periódico en la mesa.
KELLER
tiene cerca de sesenta años. Es un hombre macizo de cuerpo e impasible de espíritu, dedicado a losnegocios desde hace años, pero todavía con las huellas del obrero y patrón de taller. Cuando lee, habla o escucha, lo hacecon la terrible concentración del hombre inculto para quien todavía hay materia de asombro en muchas cosas muyconocidas; es un hombre cuyos juicios tienen que basarse en la experiencia y en un sentido común como el del labriego. Unhombre entre los hombres.
El DOCTOR BAYLISS
se acerca a los cuarenta. Es un hombre avisado y muy dueño de sí, de lengua expedita, perocon un dejo de tristeza que se advierte incluso en su suave humorismo: Al levantarse el telón,
JIM
está de pie, a la izquierda, en contemplación del caído manzano. Da en él con la pipa,sopla en ésta, busca tabaco en sus bolsillos y luego habla.
JIM.
 — 
¿Dónde está su tabaco?KELLER.
 — 
Creo que lo dejé sobre la mesa. (JIM
va lentamente a la mesa del emparrado de la derecha, encuentra unatabaquera, se sienta en el banco y llena su pipa.
) Va a llover esta noche.JIM.
 — 
¿Dice eso el periódico?KELLER.
 — 
Sí, aquí.JIM.
 — 
Entonces, no lloverá.
 Entra
FRANK LUBEY
 por la derecha, por un estrecho espacio entre los álamos.
FRANK
tiene treinta y dos años,aunque se está quedando calvo. Es un hombre amable y porfiado, poco seguro de sí mismo, con inclinación a ladisplicencia cuando se enfada, pero deseoso siempre de mostrarse agradable y cordial. Entra calmosamente, sin nada quehacer. No advierte la presencia de
JIM
en el emparrado. Cuando saluda,
JIM
no se molesta ni en levantar la vista.
FRANK.
 — 
¡Hola!KELLER.
 — 
¿Qué tal, Frank? ¿Qué hay de nuevo?FRANK.
 — 
Nada. Paseando para bajar el desayuno. (
 Mira el cielo.
) ¡Lindo día! Ni una nube.KELLER (
mirando también el cielo
).
 — 
Sí, muy lindo.FRANK.
 — 
Todos los domingos deberían ser así.KELLER (
señalando las secciones que están a su lado
).
 — 
¿Quiere el periódico?FRANK.
 — 
¿Para qué? No hay más que malas noticias. ¿Qué calamidad ha ocurrido hoy?KELLER.
 — 
No lo sé. Ya no leo nunca las noticias. Me interesan más los anuncios económicos.FRANK.
 — 
¿Pues? ¿Piensa comprar algo?KELLER.
 — 
No; no es más que curiosidad. Ver lo que la gente quiere, ¿sabe? Por ejemplo, hay aquí un tipo que busca dosperros de Terranova. ¿Qué diablos quiere hacer con dos perros de Terranova?FRANK,
 — 
Sí, es curioso.KELLER.
 — 
Aquí tiene otro... Se desean diccionarios viejos. Se pagan altos precios... ¿Qué puede hacer un hombre con unviejo diccionario?FRANK.
 — 
¡Hombre! Probablemente, es un coleccionista de libros.KELLER.
 — 
¿Usted cree que puede ganarse la vida así?FRANK.
 — 
Claro. Hay muchos que hacen eso.
 
[3]
Arthur Miller
Todos eran mis hijos
 
KELLER (
meneando la cabeza
).
 — 
¡Qué cantidad de oficios hay ahora! En mis tiempos, se era abogado o médico o setrabajaba en un taller. Ahora...FRANK.
 — 
Bien, yo estuve a punto de ser guardabosques.KELLER.
 — 
Bien, ahí tiene una prueba. En mis tiempos, no había cosas así. (
 Examina la página, pasando su mano por ella.
) Ante una página así, comprende uno qué ignorante es. (
Suavemente, con asombro, mientras recorre la página.
)¡Pss...!FRANK (
advirtiendo el árbol
).
 — 
¡Oiga! ¿Qué le ha pasado al manzano?KELLER.
 — 
¿Ha visto? El viento lo derribó esta noche. Habrá oído el viento, ¿verdad?FRANK.
 — 
Sí, también ha hecho de las suyas en mi patio. (
Se acerca al árbol.
) ¡Qué lástima! (
Se vuelve hacia
KELLER.)¿Qué ha dicho Kate?KELLER.
 — 
Todos están durmiendo todavía. Estoy esperando a que lo vea.FRANK (
impresionado
).
 — 
¿Sabe. ..? Es extraño...KELLER.
 — 
¿Qué?FRANK.
 — 
Larry nació en agosto. Ha cumplido veintisiete años este mes. Y su árbol se viene al suelo.KELLER (
emocionado
).
 — 
Me sorprende que recuerde la fecha de cumpleaños, Frank. Es de agradecer.FRANK.
 — 
Bien, estoy haciendo su horóscopo.KELLER.
 — 
¿Cómo puede hacer su horóscopo? Eso es para el futuro, ¿no?FRANK.
 — 
Bien, lo que estoy haciendo es esto... A Larry se le dio como desaparecido el 25 de noviembre, ¿verdad?KELLER.
 — 
¿Y...?FRANK.
 — 
Entonces, hay que presumir que murió ese día. Y Kate quiere...KELLER.
 — 
¡Ah! ¿Es Kate quien le ha dicho que haga el horóscopo?FRANK.
 — 
Sí, quiere saber si el 25 de noviembre era un día fasto para Larry.KELLER.
 — 
¿Qué es eso de un día fasto?FRANK,
 — 
Bien, un día fasto para una persona es un día favorable de acuerdo con sus estrellas. En otras palabras, seríaprácticamente imposible que Larry hubiera muerto en uno de sus días fastos.KELLER.
 — 
¿Y...? ¿Fue para él un día fasto ese 25 de noviembre?FRANK.
 — 
¡Eso es lo que estoy averiguando! Hace falta tiempo. La cuestión es ésta: si el 25 de noviembre era su día fasto,es muy posible que viva, porque... Digo únicamente posible. (
 Advierte la presencia de
JIM,
quien le está mirandocomo se mira a un idiota.
 
 A,
JIM
 ,
 
con una risa de incertidumbre.)
¡Ah! No le había visto.KELLER (
a
JIM).
 — 
¿Habla juiciosamente?JIM.
 — 
¿Frank? Desde luego. Lo que pasa es que tiene poquísimo juicio.FRANK (
enojado
).
 — 
Lo que pasa con usted es que no cree en nada.JIM.
 — 
Y lo que pasa con usted es que cree cualquier cosa. ¿No vio usted a mi chico esta mañana?FRANK.
 — 
No.KELLER.
 — 
¿Se imagina? Se fue con su termómetro. Se lo sacó del maletín.JIM (
se levanta
).
 — 
¡Qué problema! Mira a una chica y le toma la temperatura. (
Va al camino y mira hacia adelante, endirección a la calle.
)FRANK.
 — 
Ese chico va a ser un gran médico. Es muy listo.JIM.
 — 
Tendrá que pasar sobre mi cadáver para que sea médico. Será un buen comienzo, desde luego.FRANK.
 — 
¿Por qué dice eso? Es una profesión muy honrosa.JIM (
mira a
FRANK
con aburrimiento
).
 — 
Frank, ¿quiere dejar de hablar como un manual de instrucción cívica?(KELLER
se ríe.
)FRANK.
 — 
¿Por qué? Hace dos semanas, vi una película que me hizo acordar de usted. Había allí un médico.KELLER.
 — 
¡Don Ameche!FRANK.
 — 
Sí, creo que era él. Trabajaba en un sótano descubriendo cosas. Eso es lo que usted debería hacer; podríaayudar a la humanidad, en lugar de...JIM.
 — 
Me gustaría ayudar a la humanidad con un sueldo de la "Warner Brothers".KELLER (
se ríe y hace un ademán en dirección a
JIM).
 — 
¡Muy buena salida, Jim!JIM (
mira hacia la casa
).
 — 
Bien, ¿dónde está esa guapa chica que dicen que para aquí?FRANK (
interesado
).
 — 
¿Ha venido Annie?KELLER.
 — 
Sí, está durmiendo arriba. La recogimos anoche; llegó en el tren de la una. ¡Es algo maravilloso! Se va de aquí y es entonces una chiquilla encanijada. Pasan un par de años y hela convertida en una mujer. Apenas la reconocí, apesar de que ha correteado por este patio toda su vida. Era una familia muy feliz la que vivía en su casa, Jim.JIM.
 — 
Me gustaría conocerla. Esta calle necesita una chica guapa. En toda la vecindad no hay nadie que valga la pena...(
 Entra
SUE
 , la esposa de
JIM
 , por la izquierda. Es una mujer cerca de los cuarenta, metida en carnes y que temeengordar. Al verla,
JIM
añade levemente.
) Salvo mi mujer, claro está.SUE (
en el mismo tono
).
 — 
La señora Adams está al teléfono, tú, perro.JIM (
a
KELLER).
 — 
Tal es la condición que en mí prevalece... (
 Acercándose a su mujer.
) Mi amor, mi tesoro...
 
[4]
Arthur Miller
Todos eran mis hijos
 
SUE.
 — 
No vengas a husmear a mi alrededor. (
Señalando a la casa, hacia la izquierda.
) Y a ver cómo le contestas... Hastapor el teléfono podía oler su perfume.JIM.
 — 
¿Qué le pasa ahora?SUE.
 — 
No lo sé querido. Parecía sufrir horriblemente... a no ser que tuviera algún caramelo en la boca.JIM.
 — 
¿Por qué no le has dicho que se acueste?SUE.
 — 
Le gusta más que se lo digas tú. Y, ¿cuándo vas a ver al señor Hubbard?JIM.
 — 
Querida, el señor Hubbard no está enfermo y tengo ocupaciones más interesantes que la de sentarme a su lado ytomarle el pulso.SUE.
 — 
Yo creo que por diez dólares vale la pena tomarle el pulso.JIM (
a
KELLER).
 — 
Si su hijo quiere jugar al golf, dígale que estoy a su disposición. (
Se va hacia la izquierda.
) O siprefiere hacer un viaje de treinta años alrededor del mundo... Sale por la izquierda.KELLER.
 — 
¿Por qué acosa usted a su marido? Es médico y es natural que las mujeres le llamen.SUE.
 — 
Yo sólo le he dicho que la señora Adams estaba al teléfono. ¿Me puede dar un poco de perejil?KELLER.
 — 
Desde luego... (SUE
va hacia la izquierda, hasta la caja de perejil, y saca un poco del condimento.
) Susie, fueusted enfermera demasiado tiempo. Es usted... demasiado... realista.SUE (
riéndose y señalándole
).
 — 
¡Ahora me lo dice!
 Entra
LYDIA LUBEY
 por la izquierda. Es una joven lozana y risueña de veintisiete años.
 LYDIA.
 — 
Frank, el tostador... (
Ve a los demás.
) ¿Qué tal todos?KELLER.
 — 
¡Hola, hola!LYDIA (
a
FRANK).
 — 
El tostador se ha estropeado de nuevo.FRANK.
 — 
Enchúfalo bien. Si acabo de arreglarlo...LYDIA (
cariñosamente, pero con insistencia
).
 — 
Mira, arréglalo otra vez y déjalo como estaba antes.FRANK.
 — 
Verdaderamente, no comprendo cómo no puedes hacer funcionar una cosa tan sencilla como un tostador.FRANK
sale por la derecha.
 SUE (
riéndose
).
 — 
Tomás Edison.LYDIA (
defendiendo a su marido
).
 — 
Es muy hábil para estas cosas; tiene muy buenas manos. (
Ve el árbol roto.
) ¡Oh! ¿Hasido el viento?KELLER.
 — 
Sí. Anoche.LYDIA.
 — 
¡Qué lástima! ¿Annie está en casa?KELLER.
 — 
Pronto bajará. Espere y la conocerá, Sue. Es una preciosidad.SUE.
 — 
Debí haber nacido hombre. Siempre me están presentando a mujeres guapas. (
 A
JOE.) Dígale que venga luego acasa. Supongo que querrá saber qué hemos flecho con la casa que fue suya. Y gracias.SUE
sale por la izquierda.
 LYDIA.
 — 
¿Todavía está triste, Joe?KELLER.
 — 
¿Annie? No creo que tenga muchas ganas de bailar, pero ya parece haber superado la cosa.LYDIA.
 — 
¿Se va a casar? ¿Hay alguien...?KELLER.
 — 
Supongo... Mira, ya han pasado dos años. No va a pasarse la vida guardando luto a un muchacho.LYDIA.
 — 
Es tan raro... Annie está aquí y ni siquiera está casada. Y yo tengo tres niños. Siempre me dije que sucedería alrevés.KELLER.
 — 
Bien, así son las cosas de la guerra. Yo tenía dos hijos y ahora solamente tengo uno. En mis tiempos, cuandose tenían hijos era un honor. Hoy, cualquier médico ganaría un millón de dólares si pudiera idear el modo de traer unchico al mundo sin el dedo en el gatillo.LYDIA.
 — 
Mire, estaba leyendo... (
 Entra, saliendo de la casa,
CHRIS KELLER
. Queda de pie en la puerta.
)LYDIA.
 — 
¡Hola, Chris...! (FRANK
grita fuera de escena, por la izquierda.
)FRANK.
 — 
¡Lydia, ven aquí! Si quieres que funcione el tostador, no enchufes el mezclador de malta.LYDIA (
turbada, pero riéndose
).
 — 
¿Hice eso acaso?FRANK.
 — 
Y la próxima vez que arregle una cosa, no me digas que estoy chiflado. . . ¿Quieres venir?LYDIA (
a
KELLER).
 — 
¡Buena me espera!KELLER (
llamando a
FRANK).
 — 
¿Qué importancia tiene? ¡En lugar de la tostada, tómese una malta!LYDIA.
 — 
Sss... sss... (
Sale por la derecha, riéndose.
)CHRIS la observa salir. Es un hombre de treinta y dos años; fornido, como su padre, y de los que prefieren escuchar ahablar. Es inmensamente afectuoso y leal. Tiene una taza de café en una mano y un bollo en la otra.KELLER.
 — 
¿Quieres el periódico?
 
[5]
Arthur Miller
Todos eran mis hijos
 
CHRIS.
 — 
Bueno, sólo la sección bibliográfica. (
Se agacha y toma del piso del pórtico una parte del periódico.
)KELLER.
 — 
Siempre estás leyendo la sección de los libros y nunca te veo comprar libro alguno.CHRIS (
 yendo a sentarse en la banqueta
).
 — 
Me gusta estar al tanto de mi ignorancia. (
Se sienta en la banqueta.
)KELLER.
 — 
¿Pues? ¿Todas las semanas publican algún libro nuevo?CHRIS.
 — 
Muchos libros nuevos.KELLER.
 — 
¿Todos diferentes?CHRIS.
 — 
Todos diferentes.KELLER (
menea la cabeza, deja el cuchillo en el banco y pone la piedra de afilar en el armario
).
 — 
Pss... ¿No se halevantado Annie todavía?CHRIS.
 — 
Mamá le está sirviendo el desayuno en el comedor.KELLER (
cruza por delante del escabel y mira el árbol caído
).
 — 
¿Has visto lo que le ha sucedido al árbol?CHRIS (
sin levantar la vista
).
 — 
Sí.KELLER.
 — 
¿Qué nos dirá tu madre? (BERT
sale corriendo del camino. Tiene ocho años. Salta al escabel y de aquí a laespalda de
KELLER.)BERT.
 — 
¡Por fin, le agarré!KELLER (
volviéndose y haciendo bajar al niño
).
 — 
¡Ah! ¡Ya tenemos aquí a Bert! ¿Dónde está Tommy? Ya se haapoderado otra vez del termómetro de su padre.BERT.
 — 
Está tomando una temperatura.CHRIS.
 — 
¿Qué?BERT.
 — 
Pero solamente bucal.KELLER.
 — 
¡Ah, bien, menos mal! ¿Qué hay de nuevo esta mañana, Bert?BERT.
 — 
Nada. (
Se acerca al árbol caído y se desplaza a su alrededor.
)KELLER.
 — 
Entonces, ni vigilas como debes la manzana. Antes, cuando te hice policía, venías todas las mañanas conalguna noticia. Ahora, nunca sabes nada.BERT.
 — 
La única novedad es la de unos chicos de la Treinta. Comenzaron a dar patadas a una lata y yo les hice marcharseporque usted estaba durmiendo.KELLER.
 — 
Eso es hablar con fundamento, Bert. Eso está muy bien. En cuanto tenga ocasión, te haré inspector.BERT (
le tira de la solapa hacia abajo y le murmura al oído
).
 — 
¿No podría ahora ver la cárcel?KELLER.
 — 
No está permitido ver la cárcel. Ya lo sabes.BERT.
 — 
¡Bah! Apostaría qué no hay cárcel siquiera. No he visto ningún barrote en las ventanas del sótano.KELLER.
 — 
Bert, te doy mi palabra de honor de que hay una cárcel en el sótano. ¿No te he enseñado acaso mi escopeta?BERT.
 — 
Es una escopeta de caza.KELLER.
 — 
Es una escopeta de reglamento.BERT.
 — 
¿Por qué entonces no detiene usted a nadie? Tommy dijo el otro día una palabra fea en casa de Doris y usted nisiquiera le riñó.KELLER (
hace un chasquido de lengua y guiña un ojo a
CHRIS
 , quien está disfrutando de la escena
).
 — 
Sí, es unindividuo muy peligroso ese Tommy. (
 Hace una seña a
BERT
 para que se acerque más.
) ¿Qué palabra fea dijo?BERT (
retrocediendo rápidamente, muy turbado
).
 — 
¡Oh, no puedo decirla!KELLER (
le agarra por la camisa y le atrae
).
 — 
Bien, dame una idea.BERT.
 — 
No puedo. Es una palabra fea.KELLER.
 — 
Murmúrala a mi oído. Cerraré los ojos. Tal vez ni la oiga siquiera.BERT (
de puntillas, acerca los labios al oído de
KELLER
; luego, corno si no pudiera vencer su turbación, retrocede
).
 — 
 No puedo, señor Keller.CHRIS (
riéndose
).
 — 
No le hagas eso, papá.KELLER.
 — 
Muy bien, Bert. Creo lo que me dices. Ahora, vete y estate con los ojos muy abiertos.BERT (
interesado
).
 — 
¿Para qué?KELLER.
 — 
¿Para qué? ¡Bert, toda la vecindad confía en ti! Un policía no hace preguntas. ¡Ten muy abiertos los ojos!BERT (
desconcertado, pero muy dispuesto
).
 — 
¡Muy bien! (
Sale corriendo por la derecha, por detrás del árbol.
)KELLER (
llamándole
).
 — 
Y chitón es la consigna, Bert.BERT (
se detiene y asoma la cabeza entre las ramas
).
 — 
¿Para qué?KELLER.
 — 
En general, en general... Ten mucho cui-da-do.BERT (
asintiendo con desconcierto
).
 — 
Muy bien. (
Sale por la derecha.
)KELLER (
riéndose
).
 — 
Vuelvo locos a todos los chiquillos.CHRIS.
 — 
Cualquier día de éstos, se van a presentar todos aquí y te van poner en un aprieto.KELLER.
 — 
¿Qué va a decir tu madre? ¿No crees que deberíamos prevenirla?CHRIS.
 — 
Ya lo ha visto.KELLER.
 — 
¿Cómo ha podido verlo? Yo he sido el primero en levantarme. Ella estaba todavía acostada.CHRIS.
 — 
Estaba aquí fuera cuando el árbol se cayó.KELLER.
 — 
¿Cuándo?
 
[6]
Arthur Miller
Todos eran mis hijos
 
CHRIS.
 — 
Hacia las cuatro de la madrugada. (
Señalando a la ventana de arriba.
) Oí el crujido, me levanté y miré. Mamáestaba de pie aquí mismo cuando el árbol se quebró.KELLER.
 — 
¿Y qué estaba haciendo aquí a las cuatro de la madrugada?CHRIS.
 — 
No lo sé. Cuando el árbol se cayó, mamá corrió de nuevo a la casa y estuvo llorando en la cocina.KELLER.
 — 
¿Hablaste con ella?CHRIS.
 — 
No... Me dije que lo mejor era dejarla sola. Pausa.KELLER (
muy emocionado
).
 — 
¿Lloró mucho?CHRIS.
 — 
Oía su llanto perfectamente a través del piso de mi cuarto.KELLER (
breve pausa
).
 — 
¿Qué podía estar haciendo aquí fuera a esa hora? (CHRIS
 permanece silencioso.
KELLER
continúa con enfado reprimido.
) Está pensando otra vez en él. Anda desvelada toda la noche.CHRIS.
 — 
Creo que es eso.KELLER.
 — 
Se está poniendo como cuando murió tu hermano. (
 Breve pausa.
) ¿Qué sentido tiene eso?CHBIS.
 — 
No sé qué sentido tiene. (
 Breve pausa.
) Pero sé una cosa, papá. Hemos cometido una terrible equivocación conmamá.KELLER.
 — 
¿Cuál?CHRIS.
 — 
No hemos sido sinceros con ella. Esas cosas siempre se pagan. Y, ahora, nos toca a nosotros pagar.KELLER.
 — 
¿Qué quieres decir con eso de que no hemos sido sinceros?CHRIS.
 — 
Tú sabes y yo sé que Larry no va a volver. ¿Por qué permitimos que mamá piense que compartimos su creencia?KELLER.
 — 
¿Qué quieres? ¿Que discutamos con ella?CHRIS.
 — 
No quiero discutir con ella, pero es hora que comprenda que nadie cree que Larry esté con vida. (KELLER
sealeja, pensando, mirando al suelo.
) ¿Por qué está con esa obsesión? ¿Por qué pasa las noches en vela, esperándole?¿Es que la contradecimos? ¿Le decimos, acaso, abiertamente que ya no hay esperanzas? ¿Que hemos perdido Tasesperanzas desde hace años?KELLER (
asustado ante la idea
).
 — 
No podemos decirle eso.CHRIS.
 — 
Tenemos que decírselo.KELLER.
 — 
¿Cómo vas a probarlo? ¿Puedes probarlo, acaso?CHRIS.
 — 
¡Por el amor de Dios! ¡Son tres años! Nadie vuelve al cabo de tres años. Es una insensatez.KELLER.
 — 
Para ti y para mí, sí. Pero no para ella. Digas lo que digas, no hay un cadáver ni una tumba. ¿Qué cabe haceren estas condiciones?CHRIS.
 — 
Siéntate, papá. Tengo que hablarte.KELLER (mira a su hijo con expresión interrogante y se sienta).
 — 
El fastidio son esos malditos periódicos. No hay mes enel que no aparezca un muchacho procedente de Dios sabe dónde. Así, el siguiente tiene que ser Larry y...CHRIS.
 — 
Muy bien, muy bien, escúchame ahora. (
 Breve pausa.
KELLER
se instala en la banqueta.
) Tú sabes por qué hepedido a Annie que venga aquí, ¿verdad?KELLER (
lo sabe, pero...
).
 — 
¿Por qué?CHRIS.
 — 
Lo sabes.KELLER.
 — 
Bien, tengo una idea, pero... ¿En qué consiste la cosa?CHRIS.
 — 
Voy a pedirle que se case conmigo. (
 Breve pausa.
)KELLER (
mueve la cabeza asintiendo
).
 — 
Bien, eso es asunto tuyo, Chris.CHRIS.
 — 
Tú sabes que no es únicamente asunto mío.KELLER.
 — 
¿Qué puedo hacer yo? Tienes la edad suficiente para tomar tus propias decisiones.CHRIS (
 preguntando, con fastidio
).
 — 
Estamos de acuerdo. ¿Puedo llevar las cosas adelante?KELLER.
 — 
Bien, tú quieres asegurarte de que tu madre no va a...CHRIS.
 — 
Entonces, no es asunto exclusivamente mío.KELLER.
 — 
Yo únicamente decía...CHRIS.
 — 
A veces me sacas de quicio, ¿sabes? ¿No es asunto tuyo tampoco si yo se lo digo a. mamá y mamá arma una demil diablos? Tienes un verdadero talento para pasar por alto lo que te molesta.KELLER.
 — 
Paso por alto lo que tengo que pasar por afro. La chica es la novia de Larry...CHRIS.
 — 
No es la novia de Larry.KELLER.
 — 
Desde el punto de vista de tu madre. Larry no ha muerto y tú no tienes derecho a llevarte a esa muchacha.(
 Breve pausa.
) Partiendo de este supuesto, puedes continuar e ir adonde quieras, pero yo te digo que no sé adonde ir.¿Comprendes? No lo sé. Ahora, dime qué puedo hacer por ti.CHRIS.
 — 
Yo no sé lo que me pasa, pero cada vez que alargo el brazo para tomar algo que me gusta, tengo que retirarlopara no disgustar a otros. Siempre me ha pasado esto en mi maldita vida, siempre...KELLER.
 — 
Eres un muchacho muy considerado. No creo que haya ningún mal en ello.CHRIS.
 — 
¡Al demonio con la consideración!KELLER.
 — 
¿Se lo has pedido ya a Annie?CHRIS.
 — 
Quería arreglar antes este asunto.KELLER.
 — 
¿Cómo sabes que va a querer casarse contigo? Tal vez piense lo mismo que mamá.
 
[7]
Arthur Miller
Todos eran mis hijos
 
CHRIS.
 — 
Bien, si piensa así, el asunto habrá terminado. Yo deduzco de sus cartas que lo ha olvidado ya. Lo averiguaré. Y,en seguida, iremos a ver a mamá. ¿De acuerdo? Papá, no rehúyas el bulto.KELLER.
 — 
El fastidio es que andas muy poco con chicas. Siempre has sido retraído.CHRIS.
 — 
¿Y qué? No soy faldero.KELLER.
 — 
No comprendo por qué tiene que ser precisamente Annie...CHRIS.
 — 
Porque es así.KELLER.
 — 
Es una buena respuesta, pero no contesta nada. No la has visto desde que te fuiste a la guerra. Son cinco años.CHRIS.
 — 
No puedo impedirlo. Es la muchacha a la que conozco mejor. Me crié junto a su puerta. Todos estos años,siempre que pensaba en alguien que pudiera ser mi mujer, pensaba en Annie. ¿Qué es lo que quieres? ¿Un diagrama?KELLER.
 — 
No quiero un diagrama... Yo..., yo... Tu madre cree que va a volver, Chris. Si te casas con esa chica, esdeclararle muerto. ¿Qué va a suceder a tu madre? ¿Lo sabes? ¡Yo no! (
Pausa.
)CHRIS.
 — 
Muy bien, pues, papá.KELLER (
creyendo que
CHRIS
ha cedido
).
 — 
Medítalo más, muchacho.CHRIS.
 — 
Lo he meditado durante tres años. Tenía la esperanza de que, si esperaba, mamá olvidaría lo de Larry y, luego,podríamos casarnos normalmente y ser todos felices. Pero, si esto no puede suceder así, tendré que marcharme.KELLER.
 — 
¿Qué demonios significa eso?CHRIS.
 — 
Me iré. Me casaré y viviré en otro sitio. Tal vez en Nueva York.KELLER.
 — 
¿Estás loco?CHRIS.
 — 
He sido demasiado tiempo un buen hijo, un perfecto estúpido. Estoy harto.KELLER.
 — 
Tienes aquí un negocio montado. ¿Qué demonios significa eso?CHRIS.
 — 
¡El negocio! El negocio no me inspira nada.KELLER.
 — 
¿Tienes que estar inspirado?CHRIS.
 — 
Sí. Por lo menos, una hora al día. Si he de estar ganando dinero durante todo el día, quiero por lo menos que misveladas sean agradables. Quiero una familia, quiero tener hijos. Quiero tener algo a lo que pueda dedicarme. Annieestá en medio de todo esto. Ahora..., ¿adónde lo he de encontrar?KELLER.
 — 
Es decir... (
Se acerca a su hijo.
) Dime algo... ¿Piensas abandonar el negocio?CHRIS.
 — 
Sí. En ese caso, sí.KELLER (
 pausa
).
 — 
Bien... No hay ni que pensar en eso.CHRIS.
 — 
Entonces, ayúdame a quedarme.KELLER.
 — 
Muy bien, pero... no piensas en eso. Porque, ¿para qué diablos he estado entonces trabajando? Es únicamentepara ti, Chris. ¡Todo, todo es para tí!CHRIS.
 — 
Ya lo sé, papá. Lo que tienes que hacer es ayudarme a quedarme.KELLER (
 poniendo un puño en la barbilla de
CHRIS).
 — 
Pero no pienses en eso, ¿me oyes?CHRIS.
 — 
Estoy pensando en eso.KELLER (
bajando su puño
).
 — 
No te comprendo. No puedo comprenderte.CHRIS.
 — 
No, no me comprendes. Soy muy duro.KELLER.
 — 
Sí. Ya lo veo. (LA MADRE
aparece en el pórtico. Es una mujer que ha cumplido ya los cincuenta, una mujer que se deja llevar por sus inspiraciones y con una enorme capacidad de cariño.
)LA MADRE.
 — 
¿Joe?CHRIS (
acercándose al pórtico
).
 — 
Buenos días, mamá.LA MADRE (
indicando la casa tras ella. A
KELLER).
 — 
¿Retiraste una bolsa del fregadero?KELLER.
 — 
Sí, la puse en la caja de la basura.LA MADRE.
 — 
Bien, sácala de la caja. Son mis patatas. (CHRIS
se echa a reír y se aleja sendero arriba.
)KELLER (
riéndose
).
 — 
Creí que era basura.LA MADRE.
 — 
¿Quieres hacerme un favor, Joe? No ayudes.KELLER.
 — 
Bueno, da esas patatas por perdidas. Corro con el gasto.LA MADRE.
 — 
Minnie fregoteó anoche esa caja con agua hirviendo. Está más limpia que tus dientes.KELLER.
 — 
No puedo comprender por qué, después de cuarenta años de trabajo y de tener finalmente una criada, tengoque sacar la basura.LA MADRE.
 — 
Si se te metiera en la cabeza la idea de que no todas las bolsas que hay en la cocina están llenas de basura,no tirarías así mis verduras. La última vez fueron las cebollas. (
 Entra
CHRIS
 y entrega la bolsa a su madre.
)KELLER.
 — 
No me gusta que haya basura en la casa.LA MADRE.
 — 
Entonces no comas. (
Se va a la cocina con la bolsa.
)CHRIS.
 — 
Ya te han arreglado las cuentas por hoy.KELLER.
 — 
Sí, vuelvo a ser el último mono. No sé; pero yo solía pensar que, cuando volviera a tener dinero, tendría unacriada y mi mujer descansaría. Ahora, tengo dinero y tengo una criada, pero mi mujer trabaja para que la criadadescanse. (
Se sienta en una silla.
LA MADRE
sale con las últimas palabras. Trae una olla con porotos.
)LA MADRE.
 — 
Hoy es tu día de asueto. ¿Qué andas farfullando?CHRIS (
a su madre
).
 — 
¿Ha terminado Annie su desayuno?
Buscar historial:
Buscando…
Resultados00 de00
00 resultados para resultado para
  • p.
  • Comments
    Post comment